El Museo Invisible
Los cielos y la tierra
hablaron de los días y de las noches,
y los días y las noches
hablaron de la vida y de la muerte.
Y establecieron que todo lo nuevo
se levantaría bajo el cielo.
Y lo viejo y terminado bajo la tierra yacería.
Nadie supo de dónde vino
aquel pequeño humano,
vestido de animal recién nacido,
de manos imparables y eterna calentura.
Todos le gritaron las leyes de la vida
y le abrieron el libro de los muertos,
pero él escribió sus sagradas escrituras
y decidió ser hermano de nadie.
Y ponerle nombre a todas las cosas que no eran suyas.
Y se levantó contra todo lo que era.
Y sembró la flor de la mentira.
Y fue ocupando el mundo con sus cosas.
Manchando con pintura las piedras ancestrales,
aventó en las altas cordilleras
su cosecha de venenos y metales.
Guardó su miedo funerario
en vitrinas de cristales y maderas.
Buscó la sonrisa en los espejos
y descubrió la vejez y el desamparo.
Levantó murallas y fronteras con sangres y esqueletos,
y se declaró hijo de reyes y dioses infinitos.
Pero la tierra vio que no era bueno
y enterró sus imperios en la arena del desierto.
El mar se tragó sus naves y sus monedas.
Las higueras fueron derrumbando sus casas temblorosas
y sus duras catedrales,
y en la lengua vacuna de los vientos
se perdían para siempre
el eco de sus vidas y sus labores,
el pulso de su fiebre y su locura.
Y cuando todo fue terminado,
la tierra guardó su testimonio
en un museo invisible y silencioso.
Antonio Parrón Camacho